La segunda Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos concluyó con algunas señales alentadoras, pero sin compromisos concretos ni urgentes para detener la crisis oceánica. Organizaciones como el Instituto de Recursos Mundiales advierten sobre la falta de acción efectiva para proteger uno de los ecosistemas más amenazados del planeta.

A pesar del reconocimiento global de que los océanos están en crisis, la segunda Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos cerró su edición con un sabor agridulce. Si bien se avanzó en la conciencia política y se lanzaron algunas iniciativas voluntarias, líderes y expertos coinciden en que se desaprovecharon valiosas oportunidades para establecer acciones contundentes frente a la emergencia marina.

La conferencia, que reunió a jefes de Estado, ministros, científicos, empresas y organizaciones civiles de más de 150 países, tuvo como objetivo principal generar compromisos para proteger y restaurar los océanos del mundo, que hoy enfrentan amenazas múltiples como la contaminación por plásticos, la pesca insostenible, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad.

Sin embargo, la falta de un acuerdo global vinculante y de metas claras dejó a muchos con la sensación de que lo alcanzado fue insuficiente frente a la magnitud del problema.

“Si bien hubo progresos en algunos frentes, en general la conferencia no logró ofrecer las medidas audaces y urgentes que necesitamos para proteger los océanos del colapso”, afirmó Cristiane da Costa, directora interina del Programa Marino del Instituto de Recursos Mundiales (WRI, por sus siglas en inglés).

Según WRI, uno de los puntos más críticos fue la ausencia de un compromiso colectivo para eliminar progresivamente los subsidios a la pesca perjudicial, un factor clave en la sobreexplotación de las especies marinas. A pesar de que se celebró recientemente un acuerdo en la Organización Mundial del Comercio para limitar ciertos subsidios, los pasos hacia su implementación siguen siendo lentos e inciertos.

Asimismo, la conferencia no avanzó de forma decidida en la creación de áreas marinas protegidas, un mecanismo reconocido por los científicos como esencial para conservar la biodiversidad y permitir la recuperación de los ecosistemas.

“Esta conferencia era una oportunidad para consolidar avances reales hacia la meta del 30×30 —proteger el 30 % de los océanos del mundo para 2030—, pero se quedó corta en ese sentido”, sostuvo da Costa.

Uno de los aspectos positivos del evento fue el mayor protagonismo de la ciencia y de los pueblos indígenas, cuyas voces comenzaron a ser incluidas en los procesos de toma de decisiones sobre el manejo de los recursos marinos. También se reconoció la necesidad de una transición hacia una economía oceánica sostenible, basada en prácticas de pesca responsable, energía renovable marina y turismo regulado.

De igual forma, se presentaron iniciativas lideradas por países individuales, como el anuncio de Portugal y Kenia, anfitriones del evento, para promover acciones de conservación marina en sus jurisdicciones. No obstante, estas iniciativas son voluntarias y, sin una coordinación global efectiva, podrían no tener el impacto necesario.

Los océanos cubren más del 70 % de la superficie del planeta, regulan el clima, proveen alimento a miles de millones de personas y generan la mitad del oxígeno que respiramos. Pero están siendo gravemente afectados por actividades humanas: cada año se vierten entre 8 y 12 millones de toneladas de plástico a los mares, y el calentamiento global está provocando el blanqueamiento masivo de los corales, la expansión de las zonas muertas y el aumento del nivel del mar.

“Sin una acción decidida y conjunta, corremos el riesgo de que nuestros océanos no puedan seguir sosteniendo la vida tal como la conocemos. La conferencia no estuvo a la altura del desafío que enfrentamos”, advirtió Cristiane da Costa.

El informe final de la conferencia incluyó una declaración política con tono optimista, pero carente de mecanismos de cumplimiento. Aunque se enfatizó la urgencia de actuar, no se establecieron nuevos compromisos financieros ni mecanismos concretos para garantizar el seguimiento de las promesas hechas.

De cara al futuro, organizaciones como WRI y otras instancias de la sociedad civil han instado a que la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima (COP27) y la reunión del Convenio sobre la Diversidad Biológica aborden con mayor seriedad los temas oceánicos.

También existe expectativa sobre el resultado de las negociaciones de un tratado global sobre la biodiversidad marina en áreas fuera de jurisdicciones nacionales, una herramienta clave para la gobernanza de los océanos más allá de las fronteras nacionales. Su éxito podría ser un punto de inflexión para la protección efectiva de los océanos.

En resumen, la Conferencia de los Océanos de la ONU dejó avances diplomáticos y un mayor reconocimiento de los problemas, pero sin compromisos firmes ni el sentido de urgencia que la crisis exige. “La salud de los océanos no puede seguir esperando. Necesitamos pasar de las palabras a la acción”, concluyó da Costa.

*En la creación de este texto se usaron herramientas de inteligencia artificial.

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