La estrategia de inundar la zona (‘flood the zone’) ha llegado para quedarse en tiempos electorales, pero la diferencia es que la desinformación se produce con IA, y detectar esos engaños dependerá de nuestro pensamiento crítico.
Por Juan Carlos Luján, columnista.
Se le conoce como “flood the zone” -inundar la zona, en español- y es una frase del 2017 atribuida a Steve Bannon, asesor de Donald Trump. La recordó hace unos días Mario Riorda, especialista en comunicación política, durante un conversatorio sobre fake news y su impacto en la sociedad.
Flood the zone es una estrategia que busca abrumar a la opinión pública, las instituciones y los medios con un torrente imparable de mensajes, anuncios, decisiones y datos —muchos de ellos falsos o manipulados— para impedir una respuesta efectiva. Riorda lo resumió bien: hoy, la mentira puede ser más rentable que la verdad. Sobre todo en países donde la confianza en los medios, los políticos y el Estado está por los suelos.
Y sí, el Perú no es ajeno a este fenómeno. Muchos políticos practican esta estrategia en Lima y regiones, con apoyo de redes de cuentas anónimas, bots y operadores digitales que difunden “logros” o promesas de campaña de sus aspirantes presidenciales. Me tocó hablar de esto en un panel luego de la exposición de Riorda, junto a Armando Ávalos y Mabel Aguilar, en un evento organizado por la Secretaría de Comunicación Social de la PCM. Andaba por Buenos Aires y valía la pena sumarse a la conversación.
Argentina acababa de pasar por una elección legislativa, y las secuelas digitales eran evidentes: videos manipulados, cuentas falsas, enjambres de desinformación operando con precisión quirúrgica. Un video adulterado de Macri circuló por X horas antes de los comicios. Todo eso lo vimos allá… pero lo vivimos aquí también, cada vez con más frecuencia.
LA IA EN LA DESINFORMACIÓN
La diferencia -y aquí hay que prender todas las alarmas- es que ahora la desinformación se produce con herramientas de inteligencia artificial. Y no hablo solo de bots replicando cadenas o generando memes; hablo de videos con rostros clonados, audios sintéticos que imitan voces de figuras públicas, imágenes generadas con realismo espeluznante. Todo eso, desde un celular y con un par de clics.
Esta nueva realidad obliga a replantearnos muchas cosas. Antes, los rumores corrían de boca en boca; hoy, vuelan por WhatsApp, TikTok o Facebook, con una velocidad y alcance imposibles de controlar. La tecnología ha democratizado la creación de contenidos, pero también ha democratizado la capacidad de mentir. Y ahí viene el dilema: ¿cómo educamos a los ciudadanos en este nuevo entorno?
EL TRIPLE ROL DEL PERIODISMO
Siempre recuerdo algo que decía Alejandro Miró Quesada: el periodismo debe informar, orientar y educar. Pero, seamos honestos, hoy esa brújula parece extraviada. Informar, sí, lo hacen todos. Orientar y educar, muy pocos. El problema no es solo lo que se dice, sino cómo se dice y con qué fin. La orientación ha sido reemplazada por la polarización, y la educación por el entretenimiento.
La televisión abierta es un buen ejemplo. En lugar de explicar cómo detectar noticias falsas, muchos noticieros se han convertido en vitrinas de escándalos. En vez de formar criterio, reproducen la indignación viral. Eso no solo genera una ciudadanía más desinformada, sino más vulnerable a los discursos extremistas. Porque si todo parece un caos, cualquiera que prometa orden -aunque sea con autoritarismo- termina ganando simpatías.
Y ojo, no se trata solo de los medios tradicionales. En redes sociales, muchos periodistas han migrado a TikTok o Instagram, reinventándose como marcas personales. Eso está bien. El problema es cuando lo hacen repitiendo las mismas fórmulas del clickbait, apelando al morbo o a la espectacularización del drama social. Necesitamos nuevas formas de comunicar, sí, pero con responsabilidad.
PENSAMIENTO CRÍTICO
La inteligencia artificial generativa es una herramienta fascinante. Puede ayudarte a crear una presentación, traducir en tiempo real, redactar un texto en segundos o incluso producir imágenes realistas con una simple descripción. Pero también puede ser usada para estafar, manipular o fabricar “hechos” que nunca ocurrieron. Todo depende de quién la use y con qué propósito.
Por eso, necesitamos desarrollar pensamiento crítico. No basta con saber usar la herramienta; hay que saber interpretarla, cuestionarla, verificar lo que nos entrega.
Eso exige una alfabetización digital urgente. En los colegios, desde primaria, deberíamos enseñar a distinguir hechos de opiniones, a identificar fuentes confiables, a leer entre líneas. Y para los adultos, urge una educación continua que no dependa solo de voluntad personal, sino de políticas públicas. Porque una ciudadanía mal informada no solo toma malas decisiones; también pone en riesgo la democracia.
EL NEGOCIO DE LA CONFIANZA
Mucha gente me pregunta cómo competir con la avalancha de contenidos virales y desinformación. Y suelo responder con una pregunta: ¿por qué la gente paga por Netflix, Spotify o Disney+? Porque encuentran contenido útil, de calidad, hecho para ellos. El periodismo debe aprender de eso. No basta con informar rápido, hay que informar bien. No basta con atraer clics, hay que construir confianza.
Algunos medios de comunicación, como es el caso de El Comercio, ya lo han modificando su modelo de negocio, buscando la personalización y contenidos de valor. Y si eso se complementa con una experiencia digital atractiva, hay futuro. Imaginen un medio con su propio modelo de IA que responda dudas cotidianas de sus suscriptores: cómo hacer un trámite, dónde encontrar un medicamento, qué ley se acaba de aprobar. Eso no es ciencia ficción; es posible y necesario.
Porque lo que está en juego no es solo el prestigio del periodismo, sino el derecho del ciudadano a estar bien informado. Y en ese camino, necesitamos menos espectacularización y más orientación. Menos “me gusta” y más criterio. Menos ruido y más contexto.
REINVENTARSE O DESAPARECER
La tecnología cambió las reglas del juego. La información ya no es exclusiva de los medios. Hoy cualquiera puede ser emisor. Eso, bien manejado, es una oportunidad. Pero si lo dejamos en piloto automático, es una amenaza.
Por eso, los periodistas -y los comunicadores en general- tenemos que asumir un nuevo rol. No solo reportar lo que pasa, sino explicar por qué pasa. No solo contar historias, sino enseñar a leerlas. No solo usar IA, sino enseñar a usarla con criterio. Lo dije en Buenos Aires y lo repito aquí: estamos ante una revolución comunicacional sin precedentes. O nos adaptamos con inteligencia y ética, o nos convertimos en espectadores de nuestra propia irrelevancia. Y eso, en tiempos de elecciones, es un lujo que no nos podemos dar.