sábado, abril 27, 2024
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Más ciencia básica para las políticas públicas

A inicios del año 2015 la empresa inglesa Ipsos Mori realizó un sondeo en 33 países para averiguar si lo que perciben las personas en general sobre los riesgos sociales de sus países corresponde o no a la realidad.

Una de las sorpresas la dieron los propios ingleses, ya que en el ranking de los países que más ignoraban Inglaterra ocupó el puesto 13, y en conocimientos salía peor que Israel y Australia.

Así por ejemplo, los británicos pensaban que el 44% de su población mayor de 20 años era obesa, cuando en realidad llegaba al 62%, lo que mostró que la cifra real fue mucho mayor que la percepción común.

Comencé con un caso inactual y tal vez un poco extenso y lejano para resaltar más la tarea que nos queda como país. Obviamente, el Perú estuvo mucho peor posicionado que los ingleses y ocupó el cuarto lugar entre los países que más ignoraban ciertos riesgos.

Que los ciudadanos comunes ignoremos cierta información especializada ya puede conllevar alguna desventaja, pero ¿qué pasaría si las personas desinformadas son tomadores de decisión?

Para no llegar a ejemplos incómodos recordemos aunque sea dos o tres casos en los cuales algunos legisladores defendieron categóricamente afirmaciones que casi inmediatamente fueron desmentidas por los colegios médicos y otras entidades.

Obviamente, si las percepciones son equivocadas, las políticas públicas que tengan como base esas percepciones también lo serán. Por ello cabe preguntarse, los tomadores de decisión, llámese alcaldes, empresarios, asesores políticos, líderes de opinión, entre otros, ¿perciben adecuadamente los riesgos reales del país?

Hay espacio para ser optimistas en algunos sectores. Así, quizá exagerando un poco en las últimas décadas se ha dado bastante importancia a los tecnócratas, conocedores sobre todo de procesos. Pero tampoco hay que descuidar al científico, es decir, a los profesionales del campo de la sismología, geología, agronomía, medicina, ciencias del clima, entre otras.

Sobre esto hace dos años el Instituto de Montaña -ONG internacional que se dedica al estudio y conservación de la vida en las montañas- inició una investigación para determinar el grado de relación entre ciencia y tomadores de decisión.

Los resultados preliminares del estudio muestran algunas dificultades principales. Una de ellas es que no existen investigaciones científicas suficientes para enfrentar los problemas que se avecinan, como el cambio climático, por ejemplo. De manera que hay una necesidad de que la investigación científica básica se oriente, desde su diseño inicial, a su aplicación práctica. A ello hay que añadir que las investigaciones deben incorporar la comunicabilidad. Vale decir, hacerlas llegar en un lenguaje no tan científico a las personas no especializadas.

En efecto, se ha encontrado que los estudios que están disponibles y de manera gratuita no llegan siempre a los encargados de tomar las decisiones y cuando llegan están en formatos y lenguajes propio de la academia y no son fáciles de comprender por parte de los profesionales que no provienen de las ciencias.

Otra de las dificultades consiste en que los organismos, públicos y privados, no siempre coordinan sus investigaciones. Por lo que muchas veces se termina estudiando el mismo fenómeno natural varias veces, con la consiguiente duplicidad de recursos económicos, horas de trabajo, etc.

Hasta aquí se evidencia la necesidad de trabajar de manera profesional y sostenida la comunicación de la ciencia, tanto entre las propias instituciones científicas así como de éstas a los tomadores de decisión.

Finalmente, también es importante generar más espacios de información científica para la sociedad en general, con ello quizá podamos ocupar los primeros puestos no entre los que más ignoran sino entre los que más saben.

Serapio Cazana
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